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Por Tomás Niño Paredes @tomaco2000
“La calle es una selva de cemento
Y de fieras salvajes cómo no
Ya no hay quien salga loco de contento
Donde quiera te espera lo peor”.
Delicadas, atrayentes, eclécticas, sexys, traidoras, adictivas, rudas, a susurros hablan y con silencio matan, así son las ciudades, un compendio de valores opuestos que estallan en un mismo espacio, pero a distinto tiempo. Son hipnotismo de un flagelo, dulce tan dulce. Qué complejas que son las ciudades. Femeninas, en su mayoría, por lo bellas y místicas, sin dejar de lado lo cambiantes.
La ciudad no tiene remedio, es indomable por naturaleza, un resultado del salvajismo moderno, a pesar de tener raíces antiguas. Hace más de 5.000 años nacieron como asentamientos con el fin de propulsar la civilización a través del comercio, la provisión de alimentos y una cierta centralización de poder. Sin saberlo, los males también fueron propagándose en ellas… aunque en una ciudad, qué difícil es saber lo que es bueno o malo…
Las ciudades han sido hogar del deseo y sus satisfacciones. Tres mil años antes de Cristo, en Babilonia todas las mujeres tenían la obligación, al menos una vez en su vida, de acudir al santuario de Militta, para practicar sexo con un extranjero como muestra de hospitalidad. Inicio de la prostitución, “ay, las rameras de Babilonia”.
Milenios después, el sexo desbocado se ha centralizado en las ciudades. De acuerdo a la página sensacionalista The Richest, los lugares más promiscuos y con mayor prostitución del mundo son ciudades y se reparten en todo el globo: Berlín, Macau (China), Moscú, Río de Janeiro, Las Vegas, Ámsterdam y Tijuana, están en el top.
Tal y como si estuviéramos viendo a Iris (Jodie Foster) en Taxi Driver hace 41 años, hoy vemos prostitutas por doquier en las concentraciones urbanas y no indico esto como si fuera negativo, tal vez es el trabajo de mayor sacrificio y de mayor dolor emocional; lo menciono porque al lado de la prostitución se encuentra el mundo del hampa, del pimp, del junkie, del dealer y de una oscuridad profunda, tristemente.
Indomable Polis, indomable. Además de Babilonia, en el pasado se levantaron ciudades como Roma, Alejandría, Cartago (no la del Valle del Cauca, claro) y Constantinopla. Sabiduría, conocimiento, arte, pero también muerte y destrucción acompañaron el destino de estas ciudades.
Tres mil años después, estos focos de poder han vivido fuertes transformaciones: la evolución del transporte público, la interconexión y la globalidad dada por la red, el constante movimiento creado por la economía y el comercio, junto a la gran diversidad cultural motivada por la migración, el arte, la política, la cultura y las subculturas, le han dado un toque distinto.
A pesar de ello la percepción que tenemos sobre los mega monstruos de cemento puede llegar a ser muy variada, especialmente cuando hay imaginarios construidos por referentes. Cómo las vemos ¿bellas, elegantes, sinónimos de poder y estilo? Tal vez como la Nueva York, París y Londres de Woody Allen, ¿lugares hermosos donde horribles tragedias pueden pasar? O ¿espacios como la Nueva York de Martin Scorsese y la Londres de Guy Ritchie? Negras, caóticas, sucias en un estado crepuscular.
Hay una frase que aclara la perspectiva sobre lo que vivimos: “el futuro solo contiene lo que hemos puesto en el presente” así se erige un histórico graffiti que fue escrito cerca de la Sorbona, en París, en aquel mayo del 68. Pues bien, las ciudades que tenemos son el resultado del trabajo pasado y nadie más que nosotros, hoy, sabemos lo que son. En este punto es importante recordar que la ciudad tiene un alma, más allá del cemento, compuesta por los espíritus del pasado y por quienes la habitamos hoy.
Praga es considerada una de las ciudades más hermosas del mundo, a través de los ojos de un turista, la belleza estética es innegable; sin embargo, para Franz Kafka Praga siempre fue una cárcel, una ciudad que puso sus garras sobre él para no dejarlo vivir. En grises y muchos matices debemos observar las ciudades que vemos y vivimos: indomables en estado puro.
Pensemos en Cali, sucursal del cielo, tierra de la Ermita, del Cristo Redentor criollo y de tantas maravillas más. Misma ciudad de Mayolo y de Agarrando Pueblo; o de Los Hongos, de Oscar Ruiz Navia; de Caliwood y de una escena que potenció el cine nacional.
Ahora vayamos a Medellín, la de la eterna primavera, casa de Fernando Botero, Héctor Abad Faciolince, Juan Manuel Roca, Víctor Gaviria y la Vendedora de Rosas. Ciudad atormentada por el narcotráfico y uno de los personajes que más daño le ha causado a los colombianos, Pablo Escobar.
Por último y para tener un panorama de las ciudades más representativas de Colombia, consumámonos en Bogotá. Una “nevera” hecho monstruo, madre de Valeriano Lanchas, Fonseca, John Leguízamo, Antanas Mockus y Vargas Lleras. Escenario de la Estrategia del Caracol, La Playa DC y Pena Máxima.
Ahora que tenemos una perspectiva más amplia, sabemos cómo son estas capitales: contrastadas, amadas y odiadas, limpias y sucias, defendidas y condenadas, casa de todos y hogar de ninguno. En ese lodo de emociones se mueven nuestras ciudades, y lo traigo a colación porque el resto de capitales en el mundo no están lejos de ello.
Independientemente del poder económico en que se encuentren y de las impactantes obras que contengan, las ciudades son incubadoras de desigualdad e inconformismos. La romántica Nueva York, puerto histórico de inmigrantes contiene en sus entrañas el olvido de individuos que son ajenos a la sociedad: vagabundos, adictos, víctimas y victimarios de guerra, inmigrantes ilegales que luchan por sus familias a distancia: 5,1% de la fuerza laboral en Estados Unidos, es de ilegales.
La bella París, por su parte, esconde en sus cimientos importantes problemas de drogadicción y alcoholismo; si en el transporte público local nos quejamos del comportamiento de nuestra gente, esperen visitar París y encontrarse hombres meando en las estaciones del metro, insultando a personas del Oriente Medio. El Cairo, Shanghái, Buenos Aires, todas son ciudades con problemas incontrolables, constantes y en ciertos sentidos, similares a los nuestros.
Tenemos algo en común con estas ciudades. Seguramente no será la infraestructura, la tecnología y el desarrollo; es la humanidad y nuestra naturaleza. La ley de la selva dicta que el más fuerte sobrevive y tal vez, esa ha sido base de nuestra convivencia. El indomable deseo de sobresalir sin importar las consecuencias y la indomable aspiración al poder, han sido base de nuestra distancia.
Hace 49 años rayaron en un mural una verdad que pocos se han detenido a pensar. El futuro depende de nosotros mismos, espacios de equidad, de respeto, comprensión y vida, serán posibles solo si aportamos para que ello suceda. En esta ocasión utilizar la rebeldía como método de construcción y oposición, sería lo más acertado para un cambio que muy seguramente todos esperamos. Solo de esta forma la historia de Juanito Alimaña, no se repetirá.
“Juanito Alimaña con mucha maña
Llega al mostrador
Saca su cuchillo sin preocupación
Dice que le entreguen la registradora
Saca los billetes, saca un pistolón…”
PUM.
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