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Vomité, perdí mi dignidad y no sé qué más pasó

29 septiembre, 2017 by MallPocket 1 Comment

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Resulté en la enfermería de un bar, arrodillado, con mi torso apoyado sobre una caneca intentando reconstruir las lagunas mentales que acechaban mi cabeza y preguntándome dónde estaban mis amigos. Para deducirlo debía rebobinar el casette.

Era mi cumpleaños, quería celebrarlo como todo veinteañero, alcoholizando el momento hasta más no poder. Salí de casa junto a mi mejor amigo, Nicolás, con rumbo a la celebración de mi nueva vuelta al sol, arreglado y perfumado, como era debido. Llegamos a las 10:15 pm cerca a la entrada del bar, ubicado en Chapinero, donde me encontraría con mis amigas y amigos más cercanos. Como buenos colombianos, llegaron casi a las 11:00 pm, afortunadamente la farra iba hasta las 6:00 am o bueno, hora a la cual aspiraba a salir del sitio sin tambalear. Mientras esperábamos a los demás, con Nicolás decidimos fumar una cajetilla para pilotear el frío que hacía y comer un sándwich, porque eso de tomar con el estómago vacío es fatal.

Al reunirnos con los demás, nos dispusimos a entrar, hicimos la extensa pero rápida fila, pagamos el cover que incluye barra libre hasta las 2:00am, lo que inmediatamente me hizo entender que iba a tomar como barril sin fondo. Al pagar me dieron un vaso que se convirtió en toda la noche en mi acompañante, pues fue en ese en el cual me pedí trago en las barras de los 13 ambientes que tiene el lugar. Entramos, algunos eran sorprendidos con lo grande del sitio y es que en verdad, es inmenso, como para perderse, eso sí, la logística resulta impresionante.

De ambiente en ambiente, de barra en barra, sirviendo trago como en dispensadora de gaseosa de cine, me hacían bajar en fondo blanco vasados de vodka puro, como si fuese agua tras salir del gym, pero no importaba, era mi día, todo se valía y luego de un pésimo año merecía poner el cronómetro en ceros.

Transcurría la noche entre risas, baile y alcohol, la mezcla de luces colaboraban un poco más con la ebriedad. No sé en qué momento decidí ir a uno de los baños de la disco, porque sentía que debía regurgitar todo aquello que había consumido, Nicolás se encontraba igual o peor que yo. Al llegar a uno de los baños, nos dividimos diciendo: “ya nos vemos, todo bien”. Él entró a uno de los cubículos y yo a otro, fue la última vez que lo vi antes de pasar unas horas sin saber de él. Apenas eran las 2:00 am, en ese momento el baño se convertiría en mi refugio, sitio en el que duré 1 hora antes de que los logística golpearan la puerta preguntando: “¿está bien?, ¿lo llevamos a enfermería?”,  a lo que yo respondía con mi voz fingida de sobrio “sí, todo bien, ya salgo”, pero en verdad pensaba qué haría si no encontraba a mis demás amigos, y si se iban sin mí qué, tenían mi billetera, mi dinero.

No podía levantarme, no era dueño de mis movimientos, así que los de logística tumbaron la puerta y me cargaron hacia la enfermería del bar. Probablemente fue el momento más  vergonzoso de mi vida, era como estar en un desfile del man más boleta. Mientras me paseaban camino a la enfermería, al tiempo que veía borroso —como persona que refunde sus anteojos— y mi cabeza daba más vueltas que La Tropicana en Mundo Aventura.

Ya en la enfermería, observé a mí alrededor, estaba repleta de viejas entaconadas con el maquillaje corrido, tipos cabizbajos, con quienes teníamos dos cosas en común, estar totalmente ebrios y haber dejado que la noche se llevara consigo nuestra dignidad. No puedo olvidar las baldosas, la luz tenue y el frío que tenía, inmediatamente asimilaba el lugar a una sala de urgencias en la que todos esperábamos nuestro turno para ser atendidos, solo que en vez de eso el único remedio sería caer profundo y despertar ya en las respectivas casas.

Con la cabeza dentro de la caneca, hice mi mayor esfuerzo para levantarme y dar un vistazo panorámico, de derecha a izquierda, al final del salón, pude ver a Nicolás echado en el suelo, pálido tirando a transparente, junto a él a dos amigas sacándolo del lugar. Yo no tenía voz para llamarlas, mientras tanto veía cómo se retiraban del sitio e interiormente imaginaba un método para salir de ahí. Afortunadamente una de ellas volteó la mirada, me vio y yo con el último esfuerzo levanté mi brazo derecho y caí. Me sentí más afortunado que Liam Neeson al encontrar a su hija en Búsqueda Implacable.

Me sacaron de allí y nos reunimos con los demás afuera del bar. Sentado en el andén a las 4:00am tomando un Pedialyte, intentaba retomar la conciencia. Era momento de ir a casa, pero Nicolás seguía mal, como pudimos cogimos un taxi y lo acomodamos en el puesto del copiloto, le pasamos una bolsa, el taxista en su miedo de que ensuciara el vehículo nos dejó tirados unas cuadras más adelante. Por suerte conseguimos de inmediato otro y en breve ya estábamos en casa. Al despertar, el guayabo nos pasaba la cuenta de cobro, Nicolás no recordaba absolutamente nada, había perdido su billetera, su dignidad y el celular, solo quedaban las fotos en mi teléfono celular, la ropa sucia, las versiones de mis amigos y unos cuantos videos que registraron mi malestar y palidez.

Prometí no volver a tomar por lo menos en dos meses, pero a los 15 días ya estaba de farra nuevamente.

 

Filed Under: Crónica, Editorial

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