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Por Alejandro Serrano Durán @alejoserrano
Las cosas “viejas” siempre nos llaman la atención más por lo que representan y por los buenos recuerdos que nos traen, que por su tecnología.
Es común escuchar ringtones de celulares con la música original de Mario Bros, o la del Zelda de Nintendo, y con frecuencia, al visitar amigos en sus casas, uno se encuentra verdaderas piezas de colección como un adorno. Tener una Zapper del Nintendo, un teléfono o uno de los tocadiscos de Fisher Price e incluso una Playstation 1 o un Sega siempre generan la admiración, la envidia y la frase “yo tuve uno de esos”.
Pero, ¿por qué nos gustan tanto esas cosas y nos generan tanta admiración? Esto es porque quienes tenemos más de 30 años y tuvimos la oportunidad de crecer de la mano de la tecnología, siempre vamos a recordar cómo, cuándo y dónde, fue la primera vez que vimos un “aparatejo” de esos y nos maravillamos con él.
Ahora es común ver bebés de meses jugando con un iPad. Para ellos la tecnología ya está allí, omnipresentes en sus vidas y cuando crezcan simplemente verán cosas nuevas que evolucionan; pero a nosotros nos tocó el teléfono de disco, luego el de tonos, el inalámbrico y luego el celular. Igual con los videojuegos, primero el “telebolito”, luego el Atari 2600, después el “Nientiendo” (como le decía mi abuela), el Súper Nintendo, Nintendo 64, Playstation y las consolas como las conocemos hoy.
Un niño de hoy, acostumbrado a las gráficas de la PS2 en adelante, podría burlarse de saber la gran cantidad de horas que pasamos jugando Pac-Man y que el juego era limitado, repetitivo y solo aumentaba su velocidad. Pero era divertido y era algo que uno no se imaginaba que podía hacer unos años atrás y eso ellos no lo sabrán.
Es frecuente también ver en Internet personas que consiguen verdaderas reliquias en ventas de garaje, y que por 5 dólares compran colecciones completas de juegos de Atari, Nintendos 64 con todos sus controles y juegos como Super Mario 64 o Donkey Kong 64. Igual sucede con los Game Boys originales y los juegos de Pokèmon, que tienen un séquito de fanáticos bastante amplio.
Y esto nos gusta porque eran épocas más simples, los juegos eran difíciles y no había tutoriales en YouTube para conseguir superar algún nivel. Una vez comprado el juego, había que terminarlo como fuera por más imposibles que parecieran (como Battletoads por ejemplo). Tampoco habían DLC’s (contenidos extras descargables), ni había que pagar más por ellos, entonces todas esas horas invertidas en ellos son recuerdos imborrables en el tiempo.
Otro claro ejemplo es cuando me preguntan cómo se inglés y la respuesta es “gracias a los videojuegos y a las películas”, y es cierto, porque para pasar el primer Metal Gear debí hacerlo con diccionario inglés-español a la mano, y las conversaciones de Snake eran eternas y había que traducirlas palabra por palabra, de resto, era imposible pasarse el juego.
Igual pasa con los juguetes, tener una figura de Star Wars de las originales hechas por Kenner siempre será motivo de envidia, o más aún, si algún amigo suyo posee uno de los GI Joe originales.
¿Por qué una persona treintañera quisiera tener en una repisa un muñeco de He-Man? Porque para ella son los recuerdos de una época más tranquila, levantándose todos los sábados por la mañana a desayunar en su pijama de Spiderman y a ver televisión en una época donde el estarse horas enteras viéndola no es sinónimo de alienación como lo es ahora. Ver ese muñeco ahí puesto, recogiendo polvo, es una pequeña puerta a la niñez y son una pequeña máquina del tiempo por la que muchas personas pagan incluso grandes fortunas.
Así como en el caso de Bobo, el oso del Señor Burns y su millonaria oferta por recuperarlo, hay personas que dedican su vida a recordarle a otros su niñez y son estos objetos de ya poco valor tecnológico o juguetes que no pueden compararse con los modernos, los que toman un valor inmenso, todo por arrancarle una sonrisa a algún excéntrico millonario que quiere sentirse como un niño así sea por un momento.
Y es tanto el mercado que hay para esto, que incluso hay una excursión en el desierto de Nuevo México, en Estados Unidos, para buscar y recuperar los más de 3 millones de cartuchos de ET para Atari que están enterrados. Lo curioso es que los expedicionarios ya los tienen a la venta en caso de encontrarlos, y su mayor ilusión está en encontrar algunos prototipos de controles y consolas que dicen que están bajo tierra.
Para algunos tener juguetes u otros objetos vintage es falta de madurez, para otros son bonitos recuerdos. Yo solo sé que no hay nada más cómodo que mi pijama de Spiderman.
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