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Utopía y distopía

31 julio, 2017 by MallPocket Leave a Comment

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[URIS id=617]

Por: Tomás Niño Paredes @tomaco2000

Respiración agitada, pánico, un cuarto oscuro, unas manos atadas y unas tijeras afiladas perfectas para cortar la cuerda y así huir por el único hoyo que lleva a una salida. Tensión, llega el momento de decidir, la escapada es inminente; sin embargo, hay un silencio, una pausa que carga una pregunta— ¿qué habrá más allá de la luz?—. La indecisión le carcome y sobre todo, su gran debilidad, la soledad. Si tuviera a alguien que cortara su atadura y le dijera —huyamos—, todo sería más fácil y mucho más sencillo si tuviera un Smartphone con acceso a internet para googlear cómo escapar, pero no es así.

Mundos perfectos, utopías, tormentos y distopías se han interpuesto en nuestra realidad, enloqueciéndonos, haciéndonos temer. La única solución ha sido agruparnos, juntarnos como especie. La compañía es necesaria, nos valoramos en la unión, pero cuál es el límite. Somos sociables por naturaleza, lo dice Aristóteles en su Política. “El hombre perfecto es el mejor de los animales, así también, apartado de la ley y la justicia, es el peor de todos”. Fue necesario organizarnos, amansarnos para convivir, nos domesticamos de manera masiva para así poder avanzar.

Desde ese momento se emprendió un camino en el que todos estamos juntos, pero tal vez no unidos. El mundo camina bajo normas y estatutos que se tienen que cumplir, así operamos. No somos máquinas pero trabajamos bajo reglamentos, comandados por un Estado. Para cada tesis existe una antítesis y al Estado le llega la anarquía, el caos o una forma de vida diferente. Nuestro planeta ha tenido momentos de confusión. En el siglo III, tras el asesinato del emperador Alejandro Severo, el descontrol se tomó el Imperio Romano y durante 50 años no hubo quién cogiera las riendas.

Como lo vivió uno de los imperios más grandes, muchas otras civilizaciones lo han experimentado. Insatisfacción. “God save the Queen” gritaron las calles de Londres en 1977, las voces ya no eran las de personas que entonaban el himno de la monarquía del Commonwealth sino de jóvenes con crestas y taches en sus chaquetas quienes con rabia en sus bocas seguían las letras de los Sex Pistols.

El Punk nació en Inglaterra como respuesta a una sociedad desigual en medio de la fuerte crisis económica que atravesaba el Reino Unido. Aunque en principio fue imagen y música, con el tiempo el Punk se convirtió en un movimiento que cargaba una filosofía contestataria de vida. Para algunos esa era la respuesta, total anarquía; sin embargo, no se daban cuenta que bajo su ideología estaban amarrados a su retórica, lo que nos lleva a un solo camino, todos estamos unidos a una cuerda, a una cadena que nos fraterniza con nuestra génesis, con nuestro inicio domesticado.

No toda cadena es mala a pesar de que muchos lo vean de esa manera. En la mitología griega Teseo fue salvado por el amor representado en una cadena de vida. Ariadna, enamorada de él, le dio un hilo que le entregaba la salida del laberinto en donde se encontraba el minotauro. Tras matarlo, Teseo pudo salir con vida. La domesticación puede estar asociada con la pérdida de la libertad, pero en ciertas ocasiones la expande.

Las imposiciones son castrantes y violentas, pueden materializarse en normas o reglas, pero también en espacios, lugares y ciudades. Así lo vivió Franz Kafka, afamado escritor checo. Praga fue una madre con garras, llena de magia negra y oscura que lo amenazó siempre al igual que su padre. El joven Franz se crió en un mundo lleno de miedo y culpa, algo no muy distante de nuestra realidad, lo que se vio representado en el espacio en el que vivía.

En una conversación que sostuvo con su íntimo amigo, el poeta  Gustav Janouch, Kafka relataba que Praga no era una ciudad, sino una fisura del océano durmiente, cubierta por los restos de piedras quemadas por sueños y pasiones. Para él el universo en que trasegaba era opresor y enfermizo, Praga era su jaula y su refugio.

Estamos reducidos a un espacio en el que compramos cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos para impresionar a personas que no nos agradan, eso no lo dijo Kafka, lo dijo Tyler Durden en el Club de la Pelea (1999).

Es posible que vivamos en ese mundo domesticado, que seamos las “pilas” de Matrix (1999) alimentando a un sistema. Tal vez no estamos inmersos en una plataforma llena de gel, conectados a una realidad virtual pero presenciamos desconexiones físicas con nuestro entorno al estar ocupados en trabajos y estudios que poco aportan a nuestro espíritu.  Kafka escribió a Felice Bauer, uno de sus amores, que su trabajo como abogado era inaguantable, razón por la que aprovechó la literatura para hablar del insoportable mundo burocrático de las oficinas.

Bajo una depresión causada por la absorción de nuestro tiempo la cosa puede empeorar. Encausados por un destino de domesticación, el ojo vigilante del “gran hermano” abre un espacio que termina envalentonando una rebelión, a pesar de que no triunfe. Como muestra de esto vale observar a Winston Smith, protagonista de 1984, novela de George Orwell. Él es víctima de un régimen intrusivo y capaz de manejarlo todo. Desasosegado, su deseo siempre fue huir, ejemplo que muchos siguen. Vivimos en un mundo que está lejano del control. Estamos en la era de la libertad, de la libre expresión a través de medios democratizados, como lo es Internet.—Ahí soy libre, digo lo que quiero porque puedo—, dice el coro libertario de Facebook pero ¿será así?.

Internet nos ha abierto la ventana para conocer lo distante, para conectarnos con lo lejano y para “declarar nuestra libertad y rebeldía ante el mundo entero”, puede que sea así pero no sucede en todos los casos. Un statu quo fermentará ideas reactivas, queremos mostrarnos diferentes, irreverentes pero la realidad de que así sea puede distar de lo que sucede.

Nuestras generaciones sienten poder con sus letras, la capacidad de acabar con alguien a través de redes sociales es latente, así ¿cómo no sentirlo?. Sin embargo, la libertad no se mezcla con el irrespeto.

Por otro lado el exponer nuestra vida en redes nos distancia de la realidad y de la experiencia única que da la vida. Las redes tienden a domesticarnos, a amarrarnos, son un lastre que termina adormeciéndonos en un mar donde vemos y mostramos lo que cabe en un display. ¿En realidad nos hacen libres la redes o nos amarran? Susan Sontag apuntaba en 1977 que “el necesitar confirmar la realidad y la experiencia aumentada es un consumismo estético al cual todos somos adictos actualmente”, esto lo decía refiriéndose a la fotografía. Es realmente estúpido tener una vida para colgar imágenes en Instagram y no vivir las experiencias. Las manos negras de la domesticación se vuelven cada vez más perversas cuando no vemos que están sobre nosotros.  

Es peligroso caer bajo el adormecimiento de la domesticación, más cuando muchos no se dan cuenta de ello. Muchas atrocidades ha vivido la humanidad a causa de la manipulación, el holocausto nazi puede que sea el ejemplo más relevante. Pero no nos enmarquemos en él, para entenderlo podemos ver películas como La Ola (2008), film alemán, inspirado en un experimento que buscaba ejemplificar la autocracia y que termina en tragedia o  El Experimento (2001) otra historia que pone a prueba al hombre armado de poder.

La domesticación en estos términos acaba convirtiéndose en opresora y la causante del peor de los cautiverios. Aquí el miedo por no ir en la misma manada termina marcando el destino.

Somos parte de un universo con el que compartimos nuestra vida, el punto de partida es el respeto y bajo ese esquema la domesticación, impartiendo cierto tipo de orden, es necesaria. Siendo el interior de cada ser humano el que hace la diferencia. Ciertas culturas creen en una vida presente y única en cada uno, la cual se manifiesta en formas infinitas, cada quién es belleza y poder del cosmos. Puede que no sea así, sin embargo estas posturas plantean una vida apegada a la experiencia del ser y no a la de ser-Instagram. Cada cual hace su búsqueda y elección. Ni la Utopía ni la Distopía existen, solo concurren en nuestra mente.

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