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CONCENTRACIÓN, ese es el santo grial en el teatro, en la comedia. Y su némesis: la confianza. Esa confianza excesiva, arrogante, fofa, casi delincuente. Ese creo que ha sido mi mayor error en el escenario. Pararse allí con pies de dictador europeo en la Segunda Guerra. O dictador latinoamericano en Twitter. Cuando subes demasiado confiado al escenario pierdes el norte, y sobretodo, el respeto por el público. No hablo del ímpetu, ni del arrojo; hablo de la imprudencia de sentirse más que el público. Hace mucho lo viví, y hace mucho no lo vivo, porque esa sensación de que una función salió mal por culpa de la falta de concentración, duele más que perder una final mundialista. Y para que eso no me pase, y para aprender del error, procuro siempre tener mis buenas gotas de miedo, respeto y enamoramiento por el espectador. El público es una chica guapa y seria. Así que cuando lo enfrento, me muevo suavecito, a punta de risas, coqueteos y mimos; para al final, robarle el beso que he buscado desde el principio.
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