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Por: Jonathan Gato
Yo me considero una persona tragona, pero no me alimento de cualquier cosa, me encanta la comida rápida y soy un buen conocedor del tema, tanto así que no se les haga raro que después de este artículo me pidan que escriba otro sobre mi top 10 de mejores pizzas de la ciudad o sobre el enfrentamiento de sabor entre Cocheros y el Corral. Y eso que no les he hablado de mi romance con el azúcar. Tengo un calendario de cereales ultra azucarados el cual cambia cada mes y nunca he despreciado ningún postre que se me ha pasado por el frente. Básicamente soy el amante de todo lo que tenga salsas, grasa y sacarosa en altas cantidades.
Sé que si me conocen o me buscan en fotos (aprovecho para que me den like en @gatoderisa) van a creer que miento de manera descarada porque me veo como si estuviera en tratamiento contra alguna enfermedad terminal o como si mi cuerpo se hubiera congelado en la adolescencia. Soy flaco, pero muy flaco, pues supero los treinta en edad, pero no en talla de pantalón; es más soy talla 28 teniendo que usar cinturón ¡ES MÁS! Me queda la ropa de Off Corss. Lo confieso he ido a Off Corss a comprarle ropa a mi hijo y por curiosidad me he medido pantalones talla 18 y me han quedado perfectos. Tanto así, que si alguien de dicha marca de ropa para niños lee esto le pido que saque una línea de ropa más formal que yo me vuelvo no solo su cliente sino su fan.
Siendo tan flaco ustedes se preguntarán ¿cómo soy tan tragón? Tengo una particularidad corporal solo comparada a la de un súper héroe, envidiada por la mayoría de mujeres que conozco, de la cual saco mi poder de alimentación poco balanceada y casi destructiva: tengo metabolismo rápido. Puedo comer lo que sea, mi aparato digestivo asimila de manera rápida lo que sirve y expulsa lo que no, como un antivirus limpiando el computador de troyanos cuando abrimos páginas de porno. Mi estómago es tan indomable como las ganas de un quinceañero de navegar por RedTube en vacaciones mientras su mamá sale a comprar lo del almuerzo. Los hombres nos sentimos invencibles por levantar cosas pesadas, tomar como piratas, o humillar a los amigos jugando FIFA. Yo me siento poderoso por tragar como salvaje sin que me salga barriga.
Pero mi súper poder me trajo problemas en el amor, al ser tan delgado se me intenta marcar algo de cintura y las mujeres me ven como alguien a quien deben proteger, como un hermano menor o un niño al que quieren adoptar; no como al hombre que quieren tener desnudo entre sus piernas. Por el contrario, me empezaron a caer una cantidad de gays impresionante ¡y no cualquier gay! Modelos de Adidas, novios de actores famosos y peluqueros reconocidos del país, los cuales me decían que tendría mucho éxito si me gustaran los hombres, a lo que respondía igual que mi profe de cine de la universidad cuando le pedí que me dirigiera la tesis: te sobra pene y te faltan teticas.
Gracias a nuestro señor Stan Lee conocí a mi Mary Jane Watson. Una mujer delgada y sonriente que tragaba como soldado en permiso. Nuestro amor se hizo tan fuerte que después de una hamburguesa de tocineta y queso cheddar con papas nos metíamos un helado de 2 bolas, palitos agridulces, chips de chocolate, mym´s, bañado en salsa de masmelos y decorado finamente con una punta de crema chantilly y gomas de ositos porque cuando el amor es verdadero tiene gomas de ositos. No recuerdo el nombre del helado del amor, pero si no tienen miedo a un ataque de hipoglicemia pueden pedirlo en Baskin Robbins.
El amor por la comida rápida era tan en serio que nos fuimos a vivir juntos y planeamos viajes, como la ruta de las mejores hamburguesas de la ciudad de Tulio Zuluaga (ya saben, el cantante de los 90´s que se volvió chef y tiene canal en Youtube, búsquenlo neomillenials) y nos volvimos catadores de hamburguesas, esta mujer tiene mucho criterio para juzgar la contextura y cocción de la carne, la frescura de los vegetales y el queso, lo crujiente de la tocineta y las papas. Todo era felicidad hasta una mañana que esta mujer se levantó y se miró al espejo, en ese momento en el que se dio cuenta que no tenía poderes, se sintió gorda todo cambió.
Empezó a buscar información sobre hábitos Fit y hacer más ejercicio que de costumbre (pues no hacía). Ya no teníamos tantas cosas en común, empezó a seguir en Instagram a Sasha Fitness mientras yo idolatraba a Sasha Grey (googléenla caballeros no se van a arrepentir) y lo más grave es que empezó a llenar la nevera de verduras; ya en el almuerzo no puede faltar un montón de hojas verdes y el detestable pepino cohombro, el cual admiraba por sus estelares participaciones en escenas lésbicas y había quedado reducido a ser pelado y picado junto con una zanahoria y mucho cilantro. Ustedes se preguntarán ¿cómo no abandoné a esta mujer que se había convertido en mi archienemiga?
Pues cuando el amor por la comida chatarra es puro y verdadero no hay rutina de ejercicios que valga, es ese sentimiento que se tiene por el sonido de la carne en la plancha que pone a latir el corazón más fuerte, cuando se siente el sabor de la paprika en las papas o el olor de la tocineta en la que aún burbujea su grasa natural. Así que cada vez que quiero avivar la llama del amor en esta mujer hago lo que deben hacer todos ustedes caballeros cuando quieran saber si la mujer que tienen al lado siente amor del bueno: susurrarle cerquita al oído la palabra hamburguesaaaaaa. Si ella sonríe, lo mira a los ojos, lo toma de la mano y le dice: ¡vamos! le auguro una relación estable y duradera, una relación por encima del porno y el sabor de los vegetales. Porque más allá de lo que diga la sociedad la mejor manera de hacer sentir a una mujer amada es recordándole sentirse segura de sí misma y no hay mejor excusa para eso que darle de comer lo que le gusta.
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