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Por Jaime Espitia @jaimespitia
La historia reciente ha estado marcada por grandes villanos de carne y hueso, quienes han traspasado los límites de la cordura, implantando terror en millones de humanos alrededor del planeta. Seres de dudosa procedencia han demostrado hasta dónde puede llegar una persona cuando su mente se obsesiona. Algunos ejemplos los dan malhechores como Joachim Kroll, más conocido en la Alemania del siglo XX como El Caníbal de Ruhr; este hombre pasó 21 años de su vida durante los cuales asesinó y violó mujeres a diestra y siniestra, pero eso no es todo, en sus crímenes encontró un gusto peculiar por la carne humana, así que tras matar a sus víctimas, les cortaba trozos del cuerpo y los enrollaba en papel para digerirlos posteriormente. A Kroll no le importaba la edad de sus objetivos, pues desde niñas de 5 años, hasta mujeres de 61 registran en su lista de asesinatos.
Otra muestra llega por parte de Tsutomu Miyazaki, El Asesino Otaku; un japonés que nació con una leve deformidad en las manos, condición que lo convirtió en víctima de numerosas chanzas durante su niñez y adolescencia. De a poco el joven se fue alejando de la sociedad hasta encerrarse en su cuarto y volverse adicto al consumo de pornografía infantil. Tsutomu empezó a mostrar comportamientos extraños, incluso llegó a espiar y agredir a su hermana mientras se encontraba bañando. Sus padres, dos trabajadores bastante reconocidos en Tokio le dedicaban poco tiempo a Tsutomu debido a la obsesión de estos por el trabajo, así que su abuelo fue el único que mostró interés en él. Al parecer, el fallecimiento del abuelo fue la gota que derramó el vaso, ya que 3 meses después Tsutomu inició una serie de asesinatos entre 1988 y 1989, años en los que violó, asesinó, digirió la carne y hasta bebió la sangre de 4 niñas entre los 5 y 7 años de edad. No contento con esto, el Asesino Otaku envió cartas a las familias de las víctimas en las que contaba detalladamente los sucesos.
A inicios del siglo XX en el viejo continente, específicamente en Copenhague, Dinamarca, nació Dagmar Overbye, una mujer de características emocionales desequilibradas, quien presuntamente fue abusada sexualmente en su niñez. Lo que sí se sabe es que Dagmar se convirtió en una de las mayores asesinas de infantes. Resulta que desde la edad de 12 años este personaje se fue de la casa, razón por la cual pasó por varios trabajos, la mayoría de ellos como mucama en distintas zonas del país y en otras ocasiones simplemente se dedicó a robar para subsistir. Con mentiras y sexo se ganó a los patrones de los sitios donde laboraba, producto de la primera relación con uno de estos nacieron 2 hijos, posteriormente al migrar hacia otra ciudad nace, fruto de otra relación, un tercer bebé que fallece por razones “misteriosas” y que no llegaron a esclarecerse sino mucho después. De allí en adelante Dagmar pasaría a la fama al dejar un saldo de 29 bebés asesinados. La técnica de la danesa era siempre la misma: Encontrar un anuncio de algún niño que se daba en adopción, realizar los debidos trámites y por último quitarle la vida por medio de la estrangulación, quemándolos en chimeneas y escondiendo sus restos en algún inodoro. A la edad de 46 años Dagmar falleció mientras pagaba su condena en una prisión.
Al otro lado del planeta aparece el estadounidense Carl Panzram, quien fue maltratado por su padre hasta la edad de 7 años, el progenitor posteriormente lo abandonó junto a su madre y demás hermanos. A los 12, Carl irrumpió y robó en una casa ajena, como consecuencia recibió una brutal golpiza de uno de sus hermanos y fue enviado al reformatorio Minnesota State Training School. Bajo el fundamentalismo que manejaban en el lugar, Carl empezó a formar una personalidad con la que buscaba venganza, por lo que el odio hacia todo humano no se hizo esperar. Dos años más tarde le hizo creer a los encargados del reformatorio que ya era otra persona. Volvió a su casa, pero harto de estar allí se marchó en un tren hacia cualquier destino, en este fue abusado sexualmente por diversos vagabundos y su mente colapsó por completo. A partir del suceso inició una larga serie de violaciones y asesinatos, especialmente a jóvenes, su historial alcanzó el centenar de víctimas y tras varias aprehensiones carcelarias fue condenado a la horca. Antes de ser ejecutado le dijo al verdugo: “¡Apúrate, bastardo. Yo en tu lugar ya hubiese matado a diez!”
Desde Colombia llega Luis Alfredo Gara…¡Un momento!, deténganme acá, ¿por qué siempre hablar de los GRANDES villanos de la historia? ¿Alguien quiere, por favor, pensar en los pequeños e inofensivos villanos? No todos son así de atroces y extremistas como Joachim Kroll, Tsutomu Miyazaki o Dagmar Overbye, algunos simplemente se convierten en nuestros enemigos por situaciones muy simples pero que despiertan en nosotros ese lado oscuro, esa malicia indígena que yace en el interior, aquella maldad que por un corto lapso nos hace imaginar las acciones que tomaríamos en contra de estos personajes, que al final terminan siendo producto exclusivo de nuestra imaginación y no queda de otra que convivir con estos. Para contextualizarlos un poco:
Lidiar con el transporte público es de por sí una tarea difícil para cualquier mortal debido a la congestión que se genera en las horas pico, lastimosamente es pan de cada día, y aunque puede que no nos genere felicidad es lo que nos toca. Quizá estar tranquilos es decisión propia, o lo es hasta el momento en que uno se cruza a expertos en dar codazos y empujar a los usuarios del bus. Este comportamiento genera desde dudas hasta enojos, ya que estas personas carecen de una frase muy valiosa: “¿me da permiso, por favor?”. ¿Será que sus padres no emplearon el diálogo como método de reprensión? ¿Sino por el contrario los criaron a punta de codazos o empujones? Es probable que sea una acción reprimida y que solo pueden expresarla ante desconocidos. Para alivio de todos no es Joachim Kroll a quien nos cruzamos, sino se convertiría en el Caníbal de Transmilenio, sin duda alguna.
Tras meditar y reflexionar acerca del tema llegan a mi mente esas personas que se adjudican de la manera más desapercibida nuestras pertenencias y no hago alusión a Dagmar Overbye, quien solía robar en su adolescencia sino a amigos o familiares, los cuales deberían estar calificados dentro de un nuevo estilo de hurto, les contaré por qué. Prestar un objeto preciado o dinero bajo la promesa de que nos serán devueltos y que no sea así es uno de los descaros más grandes que hay, mejor dicho, en nuestras narices, probablemente usted se siente identificado con este tipo de personaje y recordará a quien le debe, podría decirle que vaya corriendo y cobre su deuda, pero el mejor consejo es no volver a prestar nada si su premonición le indica que esa platica o ese objeto no volverá a sus manos.
¡Esperen!, estaba olvidando a un selecto grupo de enemigos, aquellos que intentan meterle a uno sus ideales a la fuerza. No, no y no, me opongo a estos personajes, ¿qué tan difícil es respetar la diferencia de pensamientos? Sean políticos o religiosos, vivan y dejen vivir. Cada quien puede elegir en qué y quién creer, por lo que no es necesario que sean intensos y mucho menos que pasen por las casas a pedir que uno les regale “un minutito de nuestro apreciado tiempo”.
Por último, y quizá nuestros mayores enemigos públicos, se encuentran los amigos de lo ajeno. Trabajar a diario, esforzarse por conseguir un sueldo justo y que estos tipejos se lo arrebaten en cuestión de segundos debería tener alguna pena que cobre un precio justo por las acciones delictivas que eligen algunos. Ni siquiera sé qué es peor, si cuando lo roban a uno bajo amenazas e insultos o cuando tienen el descaro de pedir el favor de que uno entregue lo que tiene. De cierto modo uno preferiría que le dijeran “¿Hombre, podría entregarme sus pertenencias?” Pues con tanta decencia cómo no, pero de eso a que sean vulgares y agresivos…aunque realmente robar no debería ser una opción. Recuerden cómo se formó Carl Panzram, un día no aguanto más los abusos de la sociedad y cobró venganza por sus propias manos. No se confundan, no incito a la violencia contra estos individuos, por el contrario invito a que en casos como este dejen actuar a los entes judiciales y pido a la vida que ni ustedes ni yo nos crucemos a esta gente en el camino y mucho menos a villanos potenciales.
No hay duda de que nuestros enemigos públicos no tienen ni el más mínimo parecido a villanos históricos que se llevaron la vida de cientos o que causaron dolor a innumerables familias. Lo que puedo afirmarles es que inevitablemente seguiremos topándonos con personajes que nos sacarán de quicio, que se ganarán nuestro desprecio y profundo odio, estarán condenados a ser nuestros enemigos públicos, puede que no nos conozcan ni nosotros a ellos, pero siempre tendremos algo en común, una enemistad, una que tal vez un día repararemos desde el diálogo, la tolerancia y el respeto hacia los demás. Imaginen cuán diferente habría sido la vida de Joachim Kroll, Tsutomu Miyazaki, Dagmar Overbye y Carl Panzram si se les hubiera aplicado los anteriores valores.
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