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¿Qué nos quedó del Bogotá Fashion Week?
Lo bueno, lo malo y lo feo de la primera semana de la moda del año
¡Volvimos, señoras y señores! Como los buenos básicos, siempre estamos aquí, pero este año ha sido más trabajoso de lo usual, y entre proyectos, letras, cafés y devenires extraños de la existencia, ha sido difícil hallar en lo escurridizo de mi mente las ideas que quiero que tengan en el tintero sobre moda colombiana. El Bogotá Fashion Week llegó y me devolvió a esta realidad bonita, la de escribir de lo que me gusta, la de sentir por una industria.
¿Qué es el evento? El Bogotá Fashion Week es la iniciativa de la Cámara de Comercio de Bogotá por fortalecer el clúster de moda bogotana. A comparación de las demás semanas de la moda colombiana (de las que ya hemos hablado en Básicamente), BFW tiene un enfoque mucho más comercial, dado a fortalecer a los diseñadores participantes desde su estrategia de negocio, ofreciendo su propuesta a través de espacios diferentes a la pasarela y buscando ampliar sus oportunidades dentro de la industria.
Así que, comencemos con un análisis mucho más específico de qué fue lo que pasó en Ágora, el recién estrenado complejo de convenciones (y altamente instagrameable) de esta entidad. Usaré un modelo de narración en tres momentos, viejas manías de casa, para charlar de los highlights del primer evento de moda del año; año particularmente extraño para la moda.
Después de una edición extraña en el parqueadero de la sede del Salitre de la Cámara de Comercio, Ágora cumplía los requisitos de infraestructura para una feria como esta, siento que hubo más espacio para muchas cosas, más baños y mejores espacios, no se imaginan cómo esto cambia la perspectiva completa de la feria para un visitante internacional.
Diseñadores con perspectiva y trayectoria, repitiendo en su gran mayoría, el mismo espacio en la parrilla, mostrando que sí existe el espacio de la evolución en una misma plataforma. Una curaduría aceptable escogió un reducido número de nuevas propuestas a las que realizó un seguimiento, cada vez más preciso, hasta presentar una colección adecuada al nivel de la feria. Ahora, queda en el tintero evaluar si el esfuerzo de la Cámara rinde resultados fuera de la feria con aquellas marcas (tal vez muy) jóvenes que pudimos observar en los performances.
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Faride Ramos, Juan Pablo Socarrás, Isabel Henao, Mlrr y Adriana Santacruz presentaron, cada uno a su manera, propuestas más cercanas a la realidad de una semana de la moda, colecciones mejor consolidadas, un enfoque comercial mucho más claro y una alineación casi que simultánea a la tendencia. Destacado el trabajo bellísimo de Faride Ramos representando una de mis mayores pasiones en una colección limpia, segura de su estética y con la paleta de color más acertada de la jornada, gracias siempre por ese homenaje a Bogotá.
Pero, por alguna razón, y con el profundo amor que profeso por esta industria, con todo lo que su trajín implique, creo que esta edición deja más preguntas que respuestas sobre el futuro de la moda colombiana. Comenzando por una logística ruda, que cambia tu experiencia desde la sentada, pasando por la misma curaduría, que llevó a pasarela marcas muy jóvenes, que hasta ahora establecen sus propuestas, sin el músculo creativo que exige una vitrina de este tamaño, espacios muertos de la parrilla para presentar al nuevo talento, y la clara intervención de la entidad estatal que limitó el potencial de muchas de las colecciones allí presentadas.
Por alguna razón, una parrilla fija también permite notar cosas que otros espacios, más dedicados a la experiencia, no permiten ver con claridad. La evolución, por valiosa que sea, se siente más lenta ahora, todo esto enfrentando a un mercado alicaído por un 2017 de desaceleración económica, lo cual maximiza este tipo de situaciones.
Por alguna razón, la moda colombiana se ha visto sentenciada a repetir la misma historia que comercialmente funciona. No en vano las cinturas paper bag, los boleros y las siluetas asiáticas fueron la constante del gran porcentaje de las pasarelas. Es aquí donde los límites de la copia y la inspiración se pierden, donde comparamos entre diseñadores, donde el ADN se pierde con mucha facilidad, y donde la falta de experticia frente al negocio predispone a la repetición de este cuento.
Y aunque las cifras de la CCB apuntan a un crecimiento superior al 100%, primeras filas vacías, grandes ausencias en marcas y asistentes, además de una parrilla mucho más reducida, dan un mensaje diferente. La inexperiencia de la Cámara frente a una semana de la moda, con sus egos y requerimientos elementales, cambia el sentido de lo que entendemos por moda bogotana.
Hoy por hoy, ponemos en duda la permanencia de este evento dentro de la parrilla anual de ferias de moda colombiana, en la que no falta una más, y bien nos vendría unir esfuerzos por reducir los espacios para fortalecer al comprador, a la prensa, al diseñador, y a todos los que alguna vez soñamos con vivir de esto.
Si llegaron hasta acá, ¡quédense! La próxima semana, reseñaremos lo más bonito de la feria, lo que vale la pena ver.
¡Hasta pronto!
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