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De la inspiración caribe y las fórmulas mágicas

27 septiembre, 2017 by MallPocket 1 Comment

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Por Cámilo Márquez

Bueno, en este caso, después de hablar una y otra vez de este tema, de seguir en la misma tendencia, y de no poder adivinar el nombre del diseñador del vestido de Tutina, básicamente porque puede hacer parte de la estética de todos los renombrados diseñadores colombianos, se vale reencauchar este post.

Mentiras, no, esto no es un reencauche. Aquella vez hablamos de esa fórmula, la que le funciona a una o varias marcas para hacer de su ADN una venta infalible. Hoy, creo importante hablar de la viralidad de esa fórmula.

Vale, sí, es absurdo negarle la oportunidad a cualquier persona que viva de la venta de sus productos de hacer parte de una tendencia, partiendo de la premisa en la que debe imprimir esas cosas características de sus creaciones a lo que el mercado solicita.

Pero, ¿hasta qué punto se convierte en algo nocivo la repetición de esta fórmula? En aquel post hablamos sobre el modo en que las marcas ya consolidadas se pegaron tanto a los factores que determinaron su éxito, que no salieron de allí. La inspiración barroca y siciliana de Dolce & Gabbana, el tweed en cada colección de Chanel y los boleros caribe de Johanna Ortiz. De éste último será del que hablaremos.

Hace ya casi dos años dijimos que Johanna tenía un mérito enorme en la genialidad de su creación: boleros, interpretación hiperfemenina de los básicos y una carga de caribe en siluetas, colores y estampados que firman como colombiano el talento de esta caleña. Y fue un sueño, fue un sueño verla en la vitrina de las mejores tiendas de retail, fue un sueño verla reseñada en red carpets, fue un sueño ver marcas adoptando para sí mismos características comerciales de su ADN.

Y vino el escándalo. Comenzamos con Renata Lozano, que junto a Neutrogena cerró Colombiamoda en el 2016. Y después sería Silvia Tcherassi en el cierre del Cali Exposhow de ese mismo año. Y luego sería Leal Daccarett en su showroom de Moda Operandi. Pero, también volveríamos al 2015 con Kika Vargas, a algunas cosas que hemos visto de Polite, y al pasado de muchos diseñadores de este país. Y hace menos de nada Andrés Otálora se uniría a los diseñadores que repitieron esta fórmula (y yo también sumaría a Beatriz Camacho, pero su adn es una cosa diferente).

Cuando pasó el escándalo y nos acordamos que en la moda ya todo está hecho (y dejamos de hacer acusaciones de plagio completamente infundamentadas), entendimos que el problema estaba en otro lado. Vale, la fórmula es bella, encapsular el diseño colombiano en esa perspectiva tan romántica, llena de elementos representativos como cut outs (los cortes que tienen las prendas como si le hubieran quitado un pedazo), los boleros, los hombros descubiertos, las faldas enormes y la joyería exuberante; todo eso es lindo y le da identidad a lo que hacemos. Pero, ¿qué pasará cuando la mina de oro se agote? ¿Tendremos la versatilidad de conservar una identidad de diseño fuera de esos elementos cliché?

Vale, Johanna se da el lujo de vender vestidos en U$5.000 para Moda Operandi y tiene cómo hacerlo, Zara la copió (emoji que mira al techo)… Pero recurrir masivamente a uno de estos elementos nos demuestra lo crudos que estamos en concepción de negocios para la moda. ¿Cómo venderé más cuando, en algún momento, alguien haga más barato y más novedosa una fórmula global?

Y tal vez, hoy comprendiendo mejor la industria, y aunque sigo prefiriendo a esos diseñadores que dejan todo de sí mismos en cada colección y el arduo trabajo que implica reinterpretarse, no dejo de pensar en cómo se debería fortalecer el mercado nacional para forjar la identidad de cada diseñador, alineándose a las tendencias y rescatando siempre los rasgos que los hacen únicos.

Por ahora, mientras podemos reconocer la estética de cada diseñador con completa seguridad, tal vez, solo tal vez, logremos alcanzar nuevos mercados con el encanto de lujo de Cartagena a media tarde.

Filed Under: "Básicamente", Blog

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