Por: Tomás Niño Paredes
@tomaco2000
“Me encanta, me encanta, me encanta, like, like, like, me encanta”
Obituario millennial
Siempre he visto el cine como una representación de la vida. Una película dura unos 120 minutos y un ser humano vive entre 70 y 85 años, dependiendo de las condiciones que afronte. Al final, todo se reduce al tiempo que es tan relativo. He visto películas que me han dejado la sensación de pasar años en frente de la pantalla, pero al mismo tiempo, he disfrutado otras que han pasado tan rápido como un encuentro amoroso adolescente.
A pesar del tiempo que ambas manifestaciones de vida tengan, las películas y los seres humanos estamos hechos de un factor que compartimos, las promesas. Deténganse a pensar en un film que les guste. Yo pongo sobre la mesa Bastardos Sin Gloria (Quentin Tarantino, 2009), ustedes pueden escoger la que prefieran. La historia arranca con la huida de Shosanna (Mélanie Laurent), hermoso nombre y personaje, de las manos del “Cazador de judíos”. Desde ese momento, se crean una serie de preguntas transformadas en expectativas, ¿se volverán a encontrar Shosanna y Hans Landa (Christoph Waltz)? ¿Tendrá una venganza la joven mujer tras haber presenciado el asesinato de casi toda su familia?
En lo personal la película cumplió todas, o, por lo menos la gran mayoría de expectativas. En este caso Bastardos Sin Gloria fue diversión, algo así como una buena noche loca en una ciudad desconocida; sin embargo, hay otro tipo de películas que entregan sensaciones distintas, pero bueno, ese no es el punto.
Ahora hay que pensar en nosotros los hombres. Estamos programados a partir de promesas que se transforman en expectativas. ¿Logrará Tomás casarse y ser un hombre de bien? ¿logrará Pepe salir de las drogas y ser un ciudadano ejemplar? ¿Podrán Santos y Uribe ver un partido de la selección Colombia tomándose unos aguardientes en el Ubérrimo? Este último ejemplo, tal vez, es muy exagerado; pero en general así se vende el futuro de nuestras vidas y lo peor, es que terminamos comprando esos tiquetes.
Desde el jardín infantil nos insertan ideas preconcebidas que se amoldan a nuestros cerebros. Tenemos que levantarnos temprano porque al que madruga, Dios le ayuda. Tenemos que ser proactivos para poder TENER una vida digna, pero al final no terminamos poseyendo nada más que un televisor Ultra HD 4K que nos sirve para ver la realidad a través de los ojos de otros, manteniendo una cadena interminable de abstracción.
Vamos a los pequeños detalles. Cada año que empieza nos prometemos cosas que, al analizarlas, tal vez nunca quisimos. Tengo que adelgazar, una de las primeras. ¿Por qué? Para intentar verme como un modelo, o, para deslumbrar con mi belleza a personas que no me conocen y a quienes no les importo. Algunos dicen que no es así, que es por salud, lo que puede ser creíble, pero al final, terminan enfarrados viviendo la vida del lobo de Wall Street.
Otra de estas grandes promesas es ahorrar ¿para qué? Para comprarme un Smartphone que ilumine mi camino con ignorancia y banalidad, o, para enterarme sobre lo que sucede en un mundo distante, frío y apático. ¿Ninguna de las anteriores? La respuesta final es: para tomarme fotos y subirlas a Instagram y así mostrarle al mundo quién soy.
¿Cómo no pensar en este momento en Narciso? En mi mente tengo la pintura de Caravaggio; el joven Narciso observándose en el agua, en un espacio oscuro, tan enamorado de sí mismo que el cuadro se vuelve melancólico y abrumador. La fuente de Narciso, en donde trágicamente muere, se puede comparar con nuestras redes sociales y las centenares de fotos colgadas en la virtualidad.
Esto es pasión de gavilanes, no es amor, es una obsesión por lo que reflejamos, por lo que mostramos al exterior; una obsesión formada y construida por presiones externas que nos transportan hacia el principio, las promesas.
Estamos tan presionados por el universo de lo “correcto” que nos obnubilamos con una imagen nuestra que no es real. Siempre felices, siempre con dinero, siempre con comida, siempre plenos y eso se nos reconoce con el bitcoin de las redes: los likes. Nuestro mundo se construye a partir del reconocimiento de desconocidos, sobre temas que no importan y que poca relevancia tienen.
Oliver Sacks, neurólogo y escritor británico, escribió en su libro El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero que fue Hipócrates, médico de la antigua Grecia, quien introdujo el concepto histórico de la enfermedad, las cuales siguen su curso desde sus primeros indicios, a su clímax o crisis, para llegar a su desenlace fatal o feliz. No quiero pensar en cuál será nuestro final, pero creo que en el momento en que nos conozcamos a nosotros mismos, y veamos lo que hemos hecho con nuestra imagen, el golpe será muy fuerte.
Por eso el no cumplir con una promesa es tan doloroso, porque cargamos no solo con nuestra conciencia sino con la del mundo entero. Es gratificante cumplir las expectativas, pagando así las promesas, si no lo creen pregúntenselo a Shosanna, pero solo cuando son reales y motivadas por una verdad sacada de nuestro corazón. Puede que suene a templario de un libro de Dan Brown, pero la validez de nuestras alegrías, depende directamente de su razón de ser.
Pienso en cambios determinantes de nuestra humanidad que han dado un giro rotundo a los roles de los seres humanos en la tierra, nada más que ir al caso de las mujeres. Sin voz ni voto durante mucho tiempo, la mujer ha sido desplazada por el hombre a un segundo plano. Hace tan solo 63 años ellas pueden votar en nuestro país, algo increíble pero cierto. A qué voy con esto. Imagínense que las mujeres siguieran viviendo bajo las expectativas creadas por la sociedad de aquel entonces: dedicadas a cocinar, a criar y a aceptar los mandatos de los “machos”.
A pesar de que aún esta conducta sea replicada por ciertos grupos sociales, la mujer ha ido adquiriendo, poco a poco, la posición que se merece. No es fácil porque la sociedad no lo permite y aquí llego a otro punto. No todo lo que la sociedad acepta es bueno, no todos los parámetros que establece son correctos, por esta razón debemos cuestionar lo que hacemos, lo que nos prometemos y lo que cumplimos.
No pido que seamos titanes, no pido que seamos Prometeo encadenado, titán que entregó el fuego a los seres humanos para su bien, por lo que pagó caras consecuencias. La exigencia de romper las expectativas no es tan alta. Pero sí es el momento de ver más allá, de abrir los ojos por nuestra cuenta, es momento de romper paradigmas y cumplir lo que cada uno quiere. En ciertos momentos prefiero el cine sobre la realidad, ya que cuando una película no cumple con mis expectativas me duele un poco la cabeza, pero cuando yo no cumplo con las mías, mi corazón se rompe. Espero que esto sea así por razones reales, hago parte de este mundo y como humano, no cumplo todo lo que digo, aunque intento hacerlo.
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